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Ver también: Avvaritas, Las montañas de la Espalda Helada

Sobre los pueblos avvaritas

Empujados por las montañas de la Espalda Helada en tiempos lejanos, los hombres de las tribus alamarri se dividieron en tres grupos: uno se aposentó en el valle de Ferelden, otro fue perseguido hasta las espesura de Korcari y el último regresó a las montañas. Los fereldenos actuales tienen poco parecido con sus antepasados alamarri, y los chasind recuerdan pocas de sus tradiciones, pero los avvaritas han cambiando escasamente con los siglos.

Al igual que los chasind, los avvaritas no son un pueblo unido. Cada tribu vela por ella misma y se debe solo a su señor. Siguen adorando a sus propios dioses: Korth, el padre de la Montaña, Hakkon, el Aliento del Invierno; la Dama de los Cielos; así como a decenas de dioses animales que nunca han dado a conocer a los extranjeros.

Nada perdura en las montañas. El viento y la lluvia acaban por erosionar los bastiones más resistentes. Los valles que eran cultivables durante una generación, en la siguiente pasan a estar yermos por el hielo de una año entero. La caza no para de moverse. Incluso entre ellos, los avvaritas nunca hacen promesas absolutas: se casan mediante un rito en el que el novio intenta liberarse de una cuerda firmemente anudada mientras la novia canta un himno a uno de los dioses. Los nudos que haya conseguido desatar cuando ella termina la canción son los años que la mujer permanecerá con el hombre. Los llaneros suelen olvidar que no existen alianzas permanentes ni nada parecido en la Espalda Helada.

—De Ferelden: folclore e historia de la hermana Petrine, erudita de la Capilla

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